Las lechugas cambiantes
Las lechugas llegaron más verdes y frescas que nunca. Las observamos con emoción, eran casi perfectas, las lechugas ideales.
-¡No puedo creerlo! –Se emocionó Mary- Son perfectas.
Habíamos esperado diez años para recibirlas, pues eran difíciles en esos tiempos, sobre todo porque casi todos los vegetales se habían extinguido. Las pedí la noche de bodas. Viajábamos a Marte de luna de miel y observamos el planeta Tierra que se alejaba, tan pardo y triste que pensé en esas frescas lechugas. Eran, pues, unas lechugas sangrías sabrosas, con ese ligero borde de color sangre muerta que tanto me gusta y sus hojas verdes con gotas de agua escurriendo, como si, dentro de sí misma tuviera el manantial.
Por la noche, mientras dormíamos, las lechugas bebieron de nuestra leche, fumaron mis cigarrillos y se llevaron los sostenes de Mary. Por la mañana eran blancas, con un ligero borde gris y vestidas de rosa, tan hermosas eran que me enamoré de una de ellas.
A la mañana siguiente eran de color café, con el borde morado y vestidas de negro, fumaron de mi pipa, bebieron café descafeinado, se comieron las uvas (sin jugo) y se robaron el Corsé de Mary. Yo estaba encantado. Mary, por su parte, no las soportaba. Había cambiado desde que una de ellas se robó también su vestido amarillo y sus medias azules.
Cuando despertamos, a la mañana siguiente, las lechugas estaban colgadas del techo. Se colgaron con el cilantro viejo que nunca nos comimos. Eran sólo hojas moradas y horribles. Las enterramos con todos los honores debidos a su verdosa vida.
Engelberto Islas Ornelas.
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