Manifestación
Y pasear es el remedio de todo hombre infeliz. Observar a la gente, a los niños correr, alejados de la mental y desdichada pobreza que se cierne sobre la población. Aunque hay humo en los ojos, cansancio en las espaldas, puede apreciarse –siempre que se mire con detenimiento- cierta emoción por vivir y caminar. Me pregunto si ellos, los que caminan cerca de mí o pasan a mi lado, sabrán que ahora mismo escribo cómo miré sus ojos, cómo sus caras denotaban esas ganas de vivir y mover los pies. Y ahí, de pronto, unos ojos azules que se clavan en mí, como sueño. Y el grito de los jóvenes a los policías; el agua derrumbando sus cuerpos; las piedras que caen. Manifestaciones –dice una señora al pasar-, por eso el país no progresa. Yo pienso que el país crece cuando el pueblo no calla sus amarguras, cuando gritan los jóvenes y se calienta la sangre de los viejos. El cigarrillo que devora mi garganta mientras observo, de pie en un árbol, policías, jóvenes con bombas; niños, mujeres, parejas, protegidos por unas cuantas rejas, mirando la guerra como yo, impasibles algunos, risueños los otros. ¡Tú eres tan pobre como yo, tú eres del pueblo y me dices que no puedo estar aquí¡ Es la pequeña y furiosa muchacha que le grita a un policía mientras éste, con la mirada al frente, inmutable, responde con pausa: Hago mi trabajo, nada más. Yo regreso a casa y por las calles, junto a las aceras, los comerciantes ofrecen chocolates, cigarrillos, empanadas. Las señoras miran telenovelas y ríen y el mundo no es guerra para ellas porque no están para eso sino para vender y crecer aunque no les hierva la sangre.
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