Las hijas prohibidas
Desde hace dos meses que las encerró en el oscuro sótano porque nadie debía saber su paradero, y menos la policía. Casimiro les arrojaba comida desde las escaleras porque no tenía valor para bajar y verlas tan demacradas y sucias. Sufría mucho porque eran sus pequeñas y él las amaba.  ¡Cuántos años las había protegido y ahora debía mantenerlas encerradas en el sótano! 
Ese día encendió el televisor y subió el volumen para ocultar el ruido que sus hijas hacían abajo. El presidente anunciaba que pronto habría leche otra vez porque se iban a importar vacas chinas que dieran leche para producir de todos los productos lácteos que faltaban en el país.
- Ya no hay vacas enfermas, el ejército las exterminó a todas. Comenzaremos una nueva era de producción de lácteos -aseguró el orgulloso mandatario.
Casimiro aplaudió emocionado y brincó del sillón; corrió a la ventana y miró el corral abandonado. Luego, emocionado, asomó la cabeza por la puerta del sótano y gritó:
- ¡Ya podrán salir al corral, hijas mías!
Desde de la oscuridad del sótano recibió como respuesta un lastimero “muuuu”.

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