Historia macabra del niño que se partió el guaje.
Antonia, detrás de la puerta, acechaba a la pareja de enamorados. Éstos venían, desde la otra tierra, aquélla donde la luna brilla eternamente y el sol nunca sale –porque no le dan ganas de salir. Josefo, junto a Antonia, acechaba también. Sólo que él, con otra visión satánica de lo que podía suceder, tenía otros planes respecto a la pareja.
Isolda tenía un niño, cuyos ojos azules brillaban como la luna en aquella otra tierra. Tirano, el novio, era un joven de rubia cabellera, y apuesto.
Antonia, con cuchillo en mano, pensaba quitarles el niño, sacarle los ojos y regresárselos en pedazos. Josefo, en cambio, veía al pequeño como objeto de mercadeo: podía venderlo por unos cuantos lunazos en el mercado de la Tierra del Sol.
Antonia, desquiciada esclava de sus pasiones, esperó bajo las sombras. Las nubes, entonces, se hicieron menos, es decir, dejaron paso a la luz que apareció como lucecilla de avenida. La maldad pudo ser vista, y los novios, como changos, brincaron palmeras hasta desaparecer. Pero, en uno de esos brincos, el pequeño Palmazo cayó de las manos de Isolda y se partió el guaje en una Piedra Pedregosa de Pedregal. Ambos, Tirano e Isolda, lloraron amargamente. Josefo, el cuidadoso, juntó los restos de Palmazo y los vendió en el Mercado de Partes Humanas.
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