Los ancianos
Jorobado y alegre estaba él recargado al asiento del autobus y le hablaba a su esposa en un dialécto extraño. El sombrero grande y adornado con una banda de tela roja, le caía por la frente y le tapaba las cejas. Sonreía y su barba blanca pero manchada de mugre, se movía con la sonrisa. Su mujer, sentada y seria, hablaba también y algo duro le decía, a juzgar por su tono en la voz. Su cabeza iba adornada con un pañuelo rojo y su vestido viejo hacía juego con sus alhajas manchadas.
Se acercaron aprisa a la puerta del camión y escuché como él gritaba:
-!Bajan!
Los dos ancianos se detuvieron a verme y sonrieron. Dijeron algo en su dialécto y bajaron deprisa. Los miré por la ventanilla mientras se alejaban por la calle y me aputaban con su dedo.
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