El mata gatos
-Fue un placer haber matado a su gato –le dije después del minuto de silencio frente a la tumba. Mi susurro fue escuchado sólo por su pequeña hija que, a su lado y de negro, lloraba desconsolada por los huevos del muerto.
-No diga nada ahora –respondió ella, desconcertada- mi hija aún no lo supera, le gustaban los huevos.
No dije más. Me alejé del cementerio y fui a encerrarme en mi cuartucho, a las orillas de la ciudad. A mí me gustaban los gatos, era de esos que tenían dos o tres en su cuarto, dormía con ellos, les alimentaba y hasta les contaba historias. Luego todo salió de control. Las vacunas llegaron y se distribuyeron por el país; los médicos confundieron –no sé cómo- las de las gallinas con las de los gatos. No sé, tampoco, qué pinche compuesto químico hizo que los gatos, de pronto, comenzaran a poner huevos; los gatos, no las gatas. Entonces los niños guerreaban con los huevos; las niñas los cocinaban al sol del mediodía y los ingerían en sus ficticias comidas; los adultos, en cambio, veíamos eso como algo antinatural.
Yo, infinito adorador de animales, coloqué un letrero en la puerta de mi cuartucho: “NO SUFRA POR LOS HUEVOS GATUNOS, YO MATO Y MATO BIEN”. Espero retirarme pronto porque he acabado con casi toda la horda de gatos convertidos en gallinas.
Engel Islas. 8-Septiembre-2012
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