Toro Rojo (Redbull)
-Eres una graciosilla, una pícara –me dijo guiñando el ojo, ese que, hace ya dos meses, le habían parchado.
-No digas tonterías –respondí consternada. No estaba acostumbrada a que me dijeran pícara- yo no amo al Toro Rojo. No soy graciosilla ni pícara ni amante ni nada.
Esa cárcel que nos aprisionaba era todo lo que habíamos visto en nuestra vida. Unos cuantos animales más y algún caballo que, machote, nos miraba desde el establo opuesto o un cochino que murió luego de que lo engordaran. Y lo único que nos interesaba eran los toros, grandotes, viriles, negros, con sus cuernos prontos a embestirnos como si fuéramos humanos dando una fiesta taurina en España. ¡Y qué bueno, Dios de los Animales y Cazadores, que no nací en España!
-Toro Rojo es bobo, bobísimo. No tiene cuernos y se estrella contra la valla, se resbala, babea y sonríe como tonto.
Y yo estaba enojada, enojadísima. Soy una vaca decente, pinta, de buenas ubres que da mucha leche, y también, una que otra época del año, alimento becerritos y los crío y les digo cositas bonitas como: “Mira, serás un toro grandote, hermoso, viril, capaz, machote”.
-Eres una pícara vaca.
-No –dije enojada.
Miré hacia el establo vecino.
De pronto, como en aire que corre, apareció Toro Rojo. Deslumbraba su piel, roja soleada como atardecer de mar –que alguien, un animal cualquiera, me dibujó-, corriendo hacia la vaca negra que momentos antes me había dicho pícara. Le montó, arremetió contra ella, y yo huidiza del placer gozoso vacuno ajeno, dije:
-Me voy, hago como que no veo.
Y Toro Rojo, estúpidocabezahuecababeante, sonrió y gozó la sabrosa pieza bajo de sí.
Engel Islas.
12-Septiembre-2012
Comentarios
Publicar un comentario