Buenas noches, querido
Dale, patea el galón de leche hasta que ésta se derrame. Ve, vomita en el baño, golpea las puertas, maltrata a los niños. No pasa nada, querido. Siempre has sido así de borracho, desde que éramos novios ¿recuerdas? Pero yo te amaba y no importaba que bebieras, pensé que cuando nos casáramos eso iba a cambiar. Y pos no cambió. Claro, seguiste bebiendo mucho: whisky, tequila, cerveza, combinado, de todo. Pero ¿sabes qué? Me largo y me llevo a los niños. Quédate tirado en el patio mientras la mujer de tu vida, la esposa abnegada que debe soportar todo, sale por esa puerta. Mejor me espero a mañana ¿A dónde iré con esta noche fría y lluviosa? ¿Quién me recibirá con mis niños? Mañana me voy.
El martes quise irme ¿recuerdas? Pero el miércoles llegaste con rosas y me pediste perdón. Jugaste con los niños, les diste dinero para que se compraran algo al día siguiente. Cenamos. Hicimos el amor en silencio, me gustó. Así que decidí no irme aún, porque te amo, eres mi esposo –muy borracho pero lo eres. Hoy jueves estás peor. ¿Por qué siempre que llegas ebrio pateas el galón de leche? Sé que no me contestarás. No, ya no. En cuanto amanezca, los niños y yo nos iremos ¿sabes por qué? Porque ya no llegarás borracho a la casa, ya no me maltratarás, tampoco a los niños. Disculpa porque te enterré el cuchillo en el corazón mientras me golpeabas, disculpa en serio. No quise. Yo te amo. Sí. Pero eres malo. Lo eres. Disculpa. Ahora lloro, mírame. Me sangra la cara, me tumbaste un diente. Y ¿sabes qué? Pos te moriste. Y mañana me voy. Ahora eres un borracho morido. Ojalá sigas bebiendo en el infierno hasta que te hinches. Buenas noches, querido.
Hace dos semanas, los vecinos reportaron un olor penetrante que provenía de una pequeña casa. Ahí encontraron el cadáver. Tenía un cuchillo enorme clavado cerca del corazón. Su mujer no estaba, tampoco sus hijos. El olor pútrido fue la única compañía del muerto.
Maté a mi esposo nomás por borracho y golpeador. No me arrepiento, se lo merecía. Una noche antes hicimos el amor en silencio y decidí que, si al día siguiente llegaba borracho a la casa, acabaría con su vida. Nomás porque siempre llegaba pateando los galones de leche. Sí, por eso. Mis niños salían temprano a trabajar, vendían chicles y por las noches llegaban diciendo: “Mami, trajimos dos litros de leche para los gatitos”. Lueguito llegaba mi esposo y tiraba la leche. Mis hijos abrazaban los gatos para que él no los pateara, y mi querido golpeaba a los niños. Por eso lo maté. No soportaba ver cómo sufrían mis gatos… y los niños.
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