Quiero ser la torta ahogada que comes
Comí torta ahogada y la recordé. Sí, ya sabes, metes la torta en una bolsita, le pones mucha salsa, haces un nudito, un hoyito en una esquina y te la vas comiendo. Y es que sólo la recuerdo cuando me como la torta en bolsa. ¿Le di muchas vueltas al asunto? Perdón, deja te cuento.
Mi compañera de Cardiología, la chica bonita de botas negras y Ojos de corazón, seguía en el mismo sitio que yo le había asignado, es decir, el de mi amor platónico –creo que no es una definición correcta del amor pero así le dicen todos a un amor inalcanzable-, hasta que yo decidí hablarle. Platicamos, ya sabes, sobre la carrera, que la medicina, que los pacientes, que la vida y la muerte y bla, bla, bla. La invité a salir, a tomar café o algo. Lo que fuera. Y fuimos al sitio donde a veces me encontraba a mi amiga que me regaló la taza de café ¿recuerdas que te hablé de ella? Por suerte ese día no estaba. El mesero, que ya me conoce, se sorprendió al ver que no llevaba la compañía de diario –un libro- sino una chica bonita, y sonrió. Ella ordenó un té frío y yo un americano bien cargado –siempre pido lo mismo. Platicamos mucho. Ella sonreía agradable y su voz era música de violonchelo en mi cabeza –amo el sonido del chelo. Disfrutaba mi café, sus ojos, cabello y sonrisa como si anduviera caminando en el agua (me sentía Jesús al lado de Dios). Me preguntó por qué no me había visto antes en clases. Y le dije que anduve paseando por otros lados, conociendo el mundo. “¿No eres muy estable, cierto?”–preguntó. Yo le respondí que no me gusta estar siempre en el mismo lugar, el cambio es importante para mí; la monotonía me agobia. Pensó un rato y dijo: “Eres más soñador de lo que pensaba” Ponle atención a esta frase porque la dijo muy seria y algo tenía de razón. Después de una media hora parecía que ella se había aburrido, así que decidimos salir y caminar por un parque cercano y luego sentarnos en una banca. Ahí estábamos sentados en el parque mirando los pajaritos y a los niños correr cuando a mí se me ocurrió probar sus labios, ya sabes, darle un besito. Pero los nervios traicionan y además era la primera vez que salíamos. Mi mente era una maraña de ideas dando vueltas y vueltas y vueltas: se lo doy, no se lo doy; se enoja, no se enoja; me cachetea, no me cachetea. Opté por la pregunta: ¿Puedo darte un beso? –pregunté. Me miró con sus ojos bonitos y respondió: “No. Sentiría más placer comer una torta ahogada en bolsita que con un beso tuyo”.
Se levantó y ni adiós dijo.
Así que, cuando como tortas ahogadas en bolsita, pienso por qué ella sentiría más placer con eso que con mis labios. A veces quisiera ser su torta ahogada en bolsa, de veras que sí.
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