La morida y la juida

 

Zapatos, sus zapatos. Negros, de piel, combinados con sus piernas. Bueno, no tanto con ellas, sino con sus medias negras que le llegaban hasta el short corto que vestía. Nada más mencionarlo me sonrojo. Mi vista fue subiendo poco a poco hasta llegar a su pequeña boca pintada de rojo y sus ojos que brillaban mirando un horizonte que, a decir verdad, yo llamaría pared. Y su mano, perfecta -¿sí?- sosteniendo su quijada, vaya que me mata con ello. Bueno, la cosa estaba así: el maestro hablaba del corazón -no de amor sino de cardiología- y el sistema circulatorio. Y yo la miraba. Dale, mirando, mirando. Por alguna razón me miró y yo dije: ya, ella sabe que me gusta, claro, ha visto que la veo y ella me ve, los dos bien entrados en las miraciones. Pero ¿sabes qué? No significa nada que estuviéramos así. Ella podía mirarme nomás porque tengo cara de tonto. Más no es así, ¿sabes? Resulta que nos vimos en la calle y me sonrió. Y ahí estábamos en nuestras sonrisas. Yo te platico esto porque ella me recordó a otra chica que conocí hace mucho, cuando tenía como veinte años. Sí, ya sabes, nos besamos, hicimos el amor, caminamos por los parques, comimos helados, nos besamos más y regresamos al motel. Y después, bueno, ella se fue sin mí. ¿A dónde? Pues a donde le dio la gana, sin más. Te platico esto porque ella me recordó a la otra ¿ya te había dicho eso?

En la siguiente clase la miré otra vez desde los zapatos hasta el cabello y me regresé: desde su frente bonita bajé por su nariz, toqué sus labios, su cuello, su obligo –sí, me pasé algo- las piernas y los zapatos. Pero no podía quitarme de la cabeza a la otra, la que conocí cuando tenía como veintidós años. Con ella me fui a la playa e hicimos… bueno, caminamos nomás. ¿Y sabes qué hice cuando ya estaba conmigo y me amaba y me deseaba y me decía tómame hazme tócame otra vez deséame no pares sigue más deséame más, más? Me saqué y me puse los pantalones y me fui y no volví y ya. Resulta que la chica de cardiología me la recuerda. Y ahora la amo a ella porque es la reencarnación de ambas dos que se fueron a quién sabe dónde. Sí, reencarnación porque para mí se murieron hace mucho, cuando una se fue y la otra olvidé.

Ya nomás cuento el tiempo para entrar a clase de cardiología y mirarla mientras el maestro habla del corazón que es labios y sistema circulatorio por donde corre la sangre que se calienta cuando le miro esos ojos y pienso en besarla detrás de la oreja y decirle: sí, eres una reencarnación de dos diosas: la morida y la juida.

Engel Islas.

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